TÓXICA
Hay personas que parecen haber
nacido con un talento especial para el caos, como si su único propósito en la
vida fuera sembrar discordia allá donde vayan. Esta persona es la viva
encarnación de ese talento. Desde el primer momento, se presenta con una
sonrisa que parece sincera y una habilidad casi sobrenatural para decir
exactamente lo que los demás quieren escuchar. Pero no te dejes engañar: detrás
de esa fachada se esconde alguien sin escrúpulos, incapaz de sentir empatía y
con una relación tan problemática con la verdad que la mentira se ha convertido
en su segunda naturaleza.
Lo más asombroso es que todos a
su alrededor saben que es una mentirosa. No hay nadie que no haya sido víctima
de sus embustes, y aun así, ella sigue paseándose con la cabeza bien alta, como
si el peso de sus engaños no le afectara en lo más mínimo. Su descaro es tal
que ni siquiera se molesta en ocultar sus manipulaciones. Miente con una
naturalidad tan pasmosa que casi parece que el problema es de los demás por no
seguirle el juego.
Y es que, a decir verdad, su
falta de ética y su compulsión por sembrar el caos parece tener una raíz
profunda: un complejo que le persigue desde siempre, el de saberse fea. No solo
en el sentido físico, que también, sino en lo más íntimo, donde parece haber
decidido que si no puede ser amada o admirada, al menos será temida. Su maldad,
tan evidente, podría ser la única manera que ha encontrado para hacer que los
demás la noten, para imponer su presencia en un mundo que, de otra manera,
quizás la ignoraría.
Es como un Dementor de Harry
Potter: roba la felicidad de cualquier lugar en el que se encuentra. Con cada
mentira, con cada manipulación, va drenando la energía positiva de quienes la
rodean, dejando tras de sí un vacío de desconfianza y resentimiento. Su mera
presencia parece absorber la alegría del entorno, oscureciendo cualquier rayo
de luz que se atreva a brillar cerca de ella. Su especialidad es convertir
cualquier situación en un conflicto, torciendo la verdad hasta romperla, y
después observando con frialdad cómo los demás caen en la trampa. Miente para
dividir a los amigos, para enfrentar a los compañeros de trabajo, para sembrar
dudas donde no las hay. Y lo hace sin pestañear, sin un solo atisbo de culpa.
En su mundo, la mentira es solo una herramienta para conseguir lo que quiere, y
si la herramienta se desgasta, no importa, porque siempre encontrará otra
mentira que contar.
Lo más increíble es que sigue
actuando como si nada. Todo el mundo la conoce, todo el mundo sabe lo que es, y
aun así, ella se mueve con la seguridad de quien cree que está por encima de
las consecuencias. Es una prueba viviente de lo que ocurre cuando alguien
pierde completamente el sentido de la ética y la moral. No le importa que los
demás la vean por lo que realmente es; lo único que le importa es seguir en su
juego, manipulando, mintiendo, y sembrando caos allá donde vaya.
Y cuando se sale con la suya,
cuando sus mentiras y manipulaciones logran el resultado esperado, lo celebra
de una manera que pone los pelos de punta: canta. Es su señal de victoria, una
especie de himno personal que entona cada vez que ha logrado enredar a alguien
más en su red de falsedades. Pero hay ocasiones en las que canta por otro
motivo, un intento patético de convencerse a sí misma y a los demás de que es
feliz. Su canto, en esos momentos, suena forzado, una máscara más que se pone
para ocultar el vacío que lleva por dentro.
Al final, su vida es un desierto
de relaciones rotas, porque nadie puede soportar estar cerca de alguien que no
solo carece de moral, sino que además hace alarde de ello. Lo único que le
queda es su trabajo, el último escenario donde puede desplegar su habilidad
para la mentira y la manipulación. Y mientras tanto, sigue caminando con la cabeza
en alto, como si la falta de conciencia fuera un trofeo que llevara orgullosa,
sin darse cuenta de que la única que sigue cayendo en su juego es ella misma.
Duende del Sur