DEPENDENCIA

 


Es curioso cómo, cuando alguien se va, lo que queda no son solo recuerdos, sino fragmentos de lo que fuimos durante ese tiempo, a veces confusos, a veces dolorosos. Te fuiste y me doy cuenta de que lo único que aprendí fue a besarte, a follarte y a drogarme para escapar de las emociones que no podía manejar. Pero en el fondo, nunca aprendí lo verdaderamente importante: a vivir sin ti, a encontrarme en la ausencia, a estar solo conmigo mismo sin sentirme vacío.

Pensamos que el amor lo es todo, que la conexión con otra persona puede ser la respuesta a nuestros vacíos más profundos. Nos perdemos tanto en el otro que dejamos de lado lo más importante: construirnos desde adentro, sin depender de alguien más para darle sentido a nuestra existencia. Y eso fue lo que me ocurrió. Aprendí de ti lo superficial, lo fugaz, lo que el momento parecía lo único que importaba. Pero al final, cuando te fuiste, comprendí que lo esencial siempre estuvo ausente.

Viví en una burbuja de placer, de deseo, de dependencia. Me aferré a esas sensaciones inmediatas creyendo que eso era todo lo que necesitaba para ser feliz. Pero lo que nunca entendí es que detrás de cada beso, de cada caricia, de cada experiencia que compartíamos, estaba ignorando algo más profundo: la necesidad de aprender a estar en paz conmigo mismo. Porque cuando te fuiste, me dejaste solo frente a una realidad que no sabía cómo manejar. No había más escape, no había más distracción. Lo que quedo fue la soledad y la cruda verdad de que no sabía cómo vivir sin ti.

Y es que, en el fondo, nunca se trata solo de la otra persona. Se trata de lo que somos cuando estamos con ellos, de lo que permitimos que nos enseñen, de las lecciones que decidimos aprender. En mi caso, elegí las lecciones fáciles, las que me daban placer inmediato, pero me olvidé de lo más importante: aprender a vivir sin depender de nadie más para sentirme completo. Pensé que el amor, el deseo y la intensidad eran suficientes, pero lo que realmente necesitaba era aprender a estar conmigo, a enfrentar mis miedos, mis vacíos y mis inseguridades sin esconderme detrás de ti.

Todo lo que compartimos fue una serie de huidas. No me di cuenta en su momento, pero cada mirada tuya, cada beso que me dabas, era un reflejo de la negación que sentía hacia mí mismo. Mientras más me hundía en ti, más me alejaba de mí. Y eso es lo que hace el apego: te devora desde adentro, disfrazado de amor, pero en realidad, es solo una forma de escapar de la realidad que tenemos que enfrentar. No era amor lo que buscaba, era refugio. No te amaba a ti, me escondía en ti. Cada vez que me besabas, no estaba buscando tu boca, sino una salida a la desesperación que me invadía cuando no sabía cómo llenar mi propio vacío.

Ahora, después de todo, entiendo que el verdadero aprendizaje no estaba en besarte, ni en follarte, ni en drogarme para escapar. Estaba en aprender a ser yo, en aceptar que la felicidad no depende de alguien más. Y aunque te fuiste dejando una estela de lo que fue, al final lo que me queda es la lección más dura pero necesaria: aprender a vivir sin necesitar a nadie para sentir que mi vida tiene sentido, porque la verdadera libertad no está en lo que compartimos, sino en lo que soy capaz de ser cuando estoy solo.

Porque la mayor lección no viene del amor que das o recibes, sino de lo que queda cuando todo se apaga, cuando el silencio pesa más que el eco de tus propios pasos. Se trata de descubrir quién eres cuando ya no hay más cuerpos que te acompañen, cuando las voces se han desvanecido y solo quedas tú, frente a ti mismo. En esa soledad, en el vacío que tanto temía, fue donde realmente me encontré. Donde aprendí abrazar mis heridas, a reconocer mis sombras y aceptar que, a pesar de estar roto, a pesar del dolor que a veces me consumía, seguía siendo suficiente.

Y en ese instante de absoluta desnudez del alma, comprendes la verdad más pura: no necesitaba a nadie para completarme. Lo que buscaba no estaba afuera, jamás lo estuvo. Todo lo demás, todo lo que creí que me definía, no fue más que una ilusión. El verdadero poder, la auténtica libertad, siempre estuvo en mí. Y ahora, finalmente, lo sé.

Duende del Sur


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