PLAYAS SIN HUELLAS CANINAS
Ah, España, ese país donde las
contradicciones brillan más que el sol en agosto. Nos encanta presumir de
nuestras playas, esas que tanto nos empeñamos en proteger... de los perros,
claro. Porque, por lo visto, un chucho correteando y chapoteando en el agua es
la verdadera amenaza para la integridad de nuestras costas. No importa que los
humanos dejemos las playas hechas un basurero al final de cada día; aquí lo que
importa es que no se nos escape un perro sin correa, no sea que el muy
inconsciente intente disfrutar.
Pero no nos malinterpretemos. Los
perros son héroes cuando nos conviene. ¿Quién mejor para olfatear drogas,
detectar bombas o salvar vidas? Ahí sí que les aplaudimos y les damos una
palmadita en la cabeza, a ser posible antes de enviarlos a misiones de riesgo
de las que muchos no regresan. Pero permitirles un día de playa, ¡eso es
demasiado pedir!
Y claro, no olvidemos que vivimos
en el país de las contradicciones. España, donde te echan de la playa si
intentas soltar a tu perro, pero luego te reciben en los bares con un bol de
agua para tu mascota. Puedes llevarlo de tiendas, de restaurantes, hasta de
copas, pero que no se te ocurra acercarte a la playa en verano. Porque ahí, al
parecer, los perros son una amenaza mayor que los vertidos de plásticos, las
colillas y el ruido de las motos de agua.
Todo esto, cómo no, lo decide la
gloriosa raza humana. La misma que ha dejado el planeta hecho un desastre:
bosques arrasados, especies extinguidas, océanos llenos de basura…. Pero somos
tan arrogantes que nos creemos con derecho a decidir quién puede disfrutar de
la naturaleza y quién no. Porque, al parecer, somos el ejemplo de lo que
significa respetar el entorno.
Si tenéis un momento, echadle un
vistazo a Primavera Silenciosa. Es un libro que enseña cómo la humanidad ha ido
desequilibrando la naturaleza con cada decisión absurda que ha tomado. En
nuestro afán por controlarlo todo, hemos provocado daños que no solo podrían
haber sido evitados, sino que, en muchos casos, se han repetido a lo largo de
la historia, como si no aprendiéramos nunca.
Mientras tanto, nuestra obsesión
por imponer restricciones absurdas, como prohibir que un perro se acerque a la
playa, nos permite seguir ignorando el verdadero problema: nuestra devastación
del entorno natural. La raza humana se aferra a una ilusión de control,
distraída por minucias mientras arrasa el planeta con codicia y negligencia.
Las playas, que deberían ser un refugio para todos los seres vivos, se
convierten en escenarios de absurdos conflictos que desvían la atención de la
verdadera crisis que enfrentamos.
Llegará el día en que miraremos
alrededor y veremos que nuestro mundo se ha convertido en un desierto desolado,
no por culpa de los perros, sino por nuestra propia mano. Nos rodeará un
paisaje de ruinas y desechos, y lamentaremos profundamente no haber prestado
atención a lo que realmente importaba. Entonces, cuando las últimas olas
arrastren los vestigios de nuestra civilización hacia la nada, nos daremos
cuenta, con amarga claridad, de que la verdadera calamidad no fue la
prohibición de los perros en la playa, sino nuestra ceguera y arrogancia desmedida.
La última lección será dura y despiadada: habremos destruido el mundo mientras
jugábamos a ser los guardianes de su orden.
Al final, el verdadero desastre
no fueron los perros, sino nuestra insensatez al creer que podíamos controlar
lo que, en realidad, nunca comprendimos ni respetamos.
Duende del Sur