ACOSO LABORAL
El acoso laboral es una forma de
violencia que no necesita gritos ni golpes para despojar a alguien de su
dignidad y autoconfianza. Es una agresión que se infiltra sutilmente en cada
rincón de la vida, que se insinúa en los detalles silenciosos: en los saludos
que quedan en el aire, en las respuestas que nunca llegan, en la indiferencia
intencionada ante cada gesto amable. Un ambiente donde el acosador ignora
deliberadamente a quienes le rodean.
Cada día se convierte en un
desafío cuando el acosador, desde su posición de poder, decide utilizar su
silencio y su desprecio como armas para recordarles a los demás que no
pertenecen, que no son suficientes. Los buenos días no encuentran respuesta,
las preguntas quedan sin explicación y cada cambio o decisión parece
intencionalmente oculto, diseñado para sembrar confusión y debilitar la
confianza de quienes buscan simplemente hacer bien su trabajo. Así, la persona
acosada va perdiendo, poco a poco, la capacidad de confiar en sí misma y de
reconocerse en sus propios logros, atrapada en un círculo vicioso en el que
cualquier error, por mínimo que sea, se convierte en una oportunidad para que
el acosador la maximice y aproveche para enaltecerse a sí mismo.
Las secuelas de esta forma de
violencia son profundas y se extienden mucho más allá del entorno laboral,
afectando cada aspecto de la vida de quien la sufre. La hipervigilancia se
vuelve una segunda piel; la ansiedad, una compañera constante. Incluso en el
hogar, lejos de la oficina, los recuerdos de los desprecios vividos se
presentan en forma de dudas y miedos difíciles de acallar. La persona acosada
comienza a cuestionarse si alguna vez logrará recuperar su paz, si podrá
retomar las riendas de su propia vida y ver más allá de los efectos
devastadores de un ambiente hostil.
Superar estas cicatrices no es
sencillo; se requiere un proceso de reconstrucción tan delicado como profundo.
Porque la violencia ejercida desde el poder para despojar al otro de su dignidad
y dejarle sumido en la duda y el temor no deja heridas visibles, pero sí marca
de forma indeleble el espíritu. No basta con cambiar de entorno o de trabajo;
las heridas permanecen, recordando lo que fue. Solo quienes han experimentado
este dolor silencioso entienden el peso de vivir bajo una sombra constante, la
dificultad de encontrar de nuevo la luz. Y en ese proceso de sanación, es
necesario aprender a creer que uno merece respeto, que la dignidad perdida
puede recuperarse, y que aunque cueste, cada uno tiene derecho a redescubrir su
propio valor y reconstruir su futuro sin las
cadenas de lo vivido.
Duende del Sur