PIEDRAS
Tropezar con una piedra en el
camino es un incidente, un giro inesperado que nos saca de nuestro curso y nos
obliga a detenernos, a repensar el paso que dábamos por seguro. La primera vez,
cuando el golpe es fresco y la lección aún no ha sido asimilada, ese tropiezo
puede parecer inevitable, incluso injusto. Nos encontramos en el suelo,
sorprendidos, tal vez heridos, preguntándonos cómo no vimos lo que estaba justo
frente a nosotros, cómo pudimos pasar por alto algo tan evidente. Es en ese
momento de dolor y desconcierto cuando empezamos a darnos cuenta de lo
vulnerables que somos y de lo poco que controlamos lo que ocurre a nuestro
alrededor.
Sin embargo, la vida, con su
extraña manera de enseñarnos, a veces vuelve a poner esa misma piedra en
nuestro camino. Tal vez sea una prueba, tal vez un reto, o quizás una
oportunidad para demostrar que hemos aprendido algo, que las caídas anteriores
nos han preparado. Pero esta vez es diferente. No porque la piedra haya
cambiado de forma o de lugar, sino porque algo ha cambiado en nosotros. Ya no
somos las mismas personas que éramos antes. Llevamos las cicatrices de los
tropiezos anteriores, y aunque esas marcas pueden parecer recordatorios
dolorosos, son también los trofeos de nuestras victorias, signos de que hemos
sobrevivido y hemos crecido.
A la segunda vez, no tropezamos
de la misma manera. Ahora, vemos la piedra desde la distancia, la reconocemos y
sentimos en nuestro interior esa mezcla de desafío y tranquilidad. Esta vez, no
hay espacio para la duda ni para el miedo. Caminamos hacia ella con la certeza
de que no caeremos en la misma trampa. Observamos la piedra, la analizamos, y
decidimos cómo afrontarla. Ya no nos intimida, ya no representa un obstáculo
insuperable. En cambio, nos parece una vieja conocida, un recuerdo de lo que
fue y de lo que ya no nos asusta.
Pasamos sobre ella con firmeza,
con paso seguro, sintiendo cómo cede bajo nuestro pie. El suelo que antes
parecía traicionero se convierte en un aliado que nos permite avanzar sin
vacilaciones. Sabemos que tropezar no es el problema; el verdadero fracaso
sería no haber aprendido nada de nuestras caídas. Por eso, seguimos caminando,
más fuertes, más sabios, con la lección asimilada. Miramos hacia adelante, con
la cabeza en alto y el corazón seguro, conscientes de que la vida puede
ponernos a prueba de nuevo, pero también confiados en que ahora tenemos las
herramientas para superar cualquier obstáculo que se nos presente.
Porque en el fondo, la piedra
nunca fue el verdadero desafío. El reto estaba en nosotros mismos, en la manera
en que decidimos enfrentarla, en la voluntad de no dejarnos vencer. La piedra
sigue ahí, pero ahora es insignificante, una sombra del obstáculo que una vez
fue, porque hemos aprendido a caminar sin miedo, a pisar con determinación y a
no dejarnos vencer por las mismas trampas del pasado.
Y si el destino se atreve a
ponernos a prueba otra vez, lo recibimos con una sonrisa, porque ya no somos
los mismos: ahora sabemos que, ante cualquier piedra en el camino, seremos
nosotros quienes decidamos cómo caminar.
Duende del Sur