DE APOLO A ÍCARO
Creí haber encontrado a Apolo,
una figura de fuerza, determinación y seguridad. Pensaba que era alguien cuya
presencia generaba respeto, un ser que, como el Dios del Sol, caminaba por la
vida con la firmeza que solo los grandes espíritus tienen. Su aura parecía de
grandeza, como la de quien tiene la sabiduría de haber recorrido muchos caminos
y la seguridad de quien no necesita demostrarle nada a nadie. Pero con el tiempo,
esa imagen de grandeza cayó, descubriendo que, en lugar de Apolo estaba ante
una figura más parecida a la de Ícaro.
Lo que al principio parecía
fortaleza y carisma, no era más que un castillo de naipes construido sobre un
ego exacerbado. Las plumas comenzaron aparecer, revelando lo que parecía
solidez era en realidad un conjunto de apariencias cuidadosamente pegadas,
sostenidas por el deseo de ser admirado. En vez de una persona serena, hallé
una vanidad insaciable, buscando desesperadamente cualquier rayo de atención.
Al principio lo confundí con esa
persona que llenaba de luz una habitación con su sola presencia. Su supuesta
fortaleza no era más que un escudo para proteger su ego, un ego agigantado que
exigía ser alimentado constantemente con la admiración de los demás. Con el
tiempo su figura comenzó a asemejarse a la de Ícaro, alguien cuya vanidad lo
hacia exhibirse cada vez más, no porque lo necesitara, sino porque ansiaba ser
visto. Ícaro no buscaba la luz para iluminar a los demás, sino para brillar el
mismo. Y así, en lugar de grandeza, descubrí narcisismo. En lugar de serenidad,
halle inseguridad envuelta en una necesidad constante de atención. Sus alas que
una vez creí fuertes y sólidas, resultaron ser plumas unidas con cera,
diseñadas no para sostenerlo en el aire, sino para que todos lo miraran desde
abajo.
Y esa cera que une sus plumas no
es más que su ego. Un ego insaciable, siempre buscando ser el centro de
atención, siempre necesitado de ser admirado. Es una vanidad exacerbada, una
necesidad de sentirse superior, pero donde no hay una base sólida, así que
depende desesperadamente de los demás para sostenerla. El gran Apolo que conocí
simplemente era una fachada; la luz que irradiaba solo era el reflejo de los
demás.
Ícaro no vuela para sí mismo,
vuela para ser observado. Y eso es lo que ha terminado por definirlo: un ser
atrapado en una necesidad desesperada de exhibición y, que consumió su esencia
y su ser por el deseo de ser visto y admirado. Pero ese ego que es tan grande
como frágil, es incapaz de soportar el peso de su propia necesidad de
validación. Lo que parecía firmeza y determinación es, en realidad, una
búsqueda desesperada de aplausos.
Con el tiempo, lo vi volar cada
vez más alto, buscando siempre la validación de los demás. Pero lo que un día
fue admiración, se ha convertido en otra cosa: una especie de vergüenza ajena
al verlo exhibirse constantemente. Las plumas que unió cuidadosamente con cera
están solo ahí para alimentar su imagen pública. Una imagen que, aunque no sea
muy consciente: es compartida, comentada y hasta ridiculizada. Ahora no lo veo
como un ser radiante, sino como un Ícaro pasajero, un sticker, un meme, un
pantallazo que circula de móvil en móvil. Lo que alguna vez confundí con
grandeza ahora es objeto de mofa y escarnio público en los grupos de WhatsApp,
una caricatura de lo quiso ser.
Y aunque su historia ya no es mi
historia, uno no deja de ver en la distancia como esa transformación lo ha
llevado a consumir su ser, su esencia. Ese ser masculino, discreto, que nunca necesitó
aprobación y sobre todo, que nunca se dejó influenciar por lo que pensaran los
demás. Ese ser, era realmente Apolo.
Quizás eso sea lo más extraño: no
la transformación, sino la banalidad del resultado. Lo que comenzó como un
espejismo de grandeza termino convertido en un pantallazo que circula de móvil
en móvil, un chiste. Aquello que detestaba se ha convertido en su centro, la
exhibición de lo más íntimo. Porque Ícaro no sabe ser invisible. Ícaro no sabe
andar con firmeza. Ícaro necesita atención y sobre todo validación.
La gran lección que me deja esto
es que quizás Apolo nunca estuvo allí, solo un Ícaro más.
Duende del Sur