38 AÑOS
Hoy cumplo 38 años. Pueden
parecer muchos o pueden parecer pocos según desde donde se mire, pero para mí
son más que suficientes para entender lo que ya entendí hace tiempo. Dejé de
buscar fuera lo que siempre estuvo dentro. He dejado de sostener vínculos sólo
por costumbre, de mantener personas en mi vida solo porque “han estado
siempre”. ¿Sabéis por qué? Porque eso es tan tóxico como fumar. Que lo hiciera
durante muchos años, no hacía que fuera bueno para mí.
Con los años, sobre todo, he
aprendido a soltar: a soltar personas, situaciones y, sobre todo, versiones
pasadas de mí que ya no resuenan con lo que soy hoy. Versiones que ya no me
representan. Algunas despedidas duelen, claro que sí, pero otras… otras
liberan. Hay personas que ya no vibran en mi frecuencia, y eso no quiere decir
que la mía sea mejor ni peor, sino simplemente estamos en emisoras diferentes.
Y ya no tengo intención de forzar sintonías, porque cuando las fuerzas, suena
con ruido.
¿Y sabéis qué es lo mejor? Que no
necesito validación. Ya no necesito que me aplaudan, ni encajar, ni explicarme,
ni justificarme. Por eso prescindí de las redes sociales hace ya algún tiempo,
porque entendí que mi paz no se negocia por “likes”. Hace tiempo que entendí
que cualquier dependencia te hace débil, pero sobre todo, te roba la paz.
Y hablando de paz… Durante mucho
tiempo pensé que lo que buscaba era la felicidad. Y no, estaba equivocado, no
porque la felicidad no se pueda conseguir – claro que se puede - pero no es un
estado permanente. La felicidad es frágil y se la puede llevar cualquier viento
externo. La paz no. La paz vive con nosotros y echa raíces.
Para encontrar la paz, hay que
mirar hacia dentro. Y eso da miedo: miedo a vernos de verdad, sin adornos, sin
excusas. Cuando te atreves, cuando te miras con compasión y te escuchas,
entonces algo cambia. Hay que atreverse y, sobre todo, dedicarse tiempo; no
tener miedo. Aquí va algo que me costó entender: la culpa no sirve de nada. La
culpa no repara, no transforma, no borra lo que pasó. Sólo te encadena al
pasado.
¿Sabéis por qué hablo tanto del
ego? Porque al mío lo conozco bien. Hubo una época en mi vida en que me dominó.
Tomaba decisiones por miedo, por necesidad de aprobación, por orgullo
disfrazado de amor propio. El ego es astuto… y se alimenta del miedo y de la
culpa. Nos hace creer que, al sentimos mal, seguimos siendo “buenas personas”.
Que el castigo emocional es una forma de redención. Pero eso es una trampa más
del ego.
La culpa solo alimenta el ego y
el ego es insaciable. No podemos eliminarlo, porque forma parte de
nosotros, pero sí hay que aprender a reconocerlo para no identificarnos con él.
Al observarlo sin juzgarlo, al escuchar su voz sin reaccionar a su impulso, su
poder sobre nosotros se disuelve. El ego pierde fuerza cuando dejamos de
nutrirlo con nuestra atención no consciente, y así, poco a poco, volvemos a
nuestro centro, a nuestra esencia más auténtica.
¿La cagaste? Vale, ahora suelta
la culpa porque no sirve de nada. Perdonarte no es justificar lo que hiciste,
es entender que actuaste desde una consciencia que ya no es la de hoy. ¿O acaso
sigues siendo la misma persona de hace años? No. Y malo si eres la misma, solo
significaría que vives estancado. Si hoy puedes mirar atrás y ver con claridad
lo que antes no podías ver, entonces ya has crecido de verdad. Y eso… eso es
enorme.
Vivimos exigiéndonos ser
perfectos, sin margen de error, pero vinimos aquí a aprender, no a castigarnos
por no haber sabido hacerlo mejor.
Con mis 38 años, no sé si estoy
en mi mejor versión, lo que si se es que es una versión más: autentica,
honesta, libre y tranquila. No perfecta, pero real. Reconozco mi sombra, pero
también mi luz. Ya no huyo de mí mismo, ni de nadie. No tengo miedo a decir
“no”, ni a cerrar puertas, ni a quedarme solo si hace falta. Porque cuando te
tienes a ti, de verdad, nunca estás solo.
Así que sí, cumplo 38, y lo
celebro. No por los años en sí, sino por todo lo que he soltado, por todo lo
que he perdonado, por todo lo que he aprendido. Por todo lo que soy. Y si esta
versión no le gusta a alguien… no importa. No es necesario que le guste. No
estoy aquí para encajar. Estoy aquí para ser.
Duende del Sur