DESBLOQUEAR EL ALMA


Hoy hay luna llena en Escorpio, dicen que es un portal hacia la verdad silenciada. No ilumina lo evidente, sino lo oculto. Nos invita a mirar hacia adentro, hacia lo profundo, hacia lo no dicho. Esta luna no ilumina la superficie, sino el sótano del alma. Trae verdades a la luz, secretos largamente escondidos, intuiciones que se confirman. Esta luna no embellece, sino que confronta. Y lo hace mientras Plutón está retrogrado, removiendo estructuras internas, forzándonos a deshacernos de lo que ya no sostiene nuestro crecimiento.

¿Por qué creo en todo esto? Una vez me dijiste algo que se quedó grabado para siempre: “¿Qué te hace pensar a ti que la gravedad de la luna, capaz de mover billones de toneladas de agua en la Tierra, no te afecta en lo más mínimo?” Esta frase cambió algo en mí. Me hizo entender que somos parte de un todo más grande, que no estamos separados del universo, sino hechos de la misma materia, energía y propósito. Cambiaste mi forma de percibir lo invisible.

Hace tiempo que dejamos atrás la Era de Piscis. Ahora estamos en la Era de Acuario, una era en la que la tecnología no solo es una herramienta, sino también el canal. ¿Qué significa esto? Que el universo puede responder a nuestras preguntas también utilizando las nuevas tecnologías. El siempre nos responde, siempre que preguntemos desde el Ser, sin la interferencia del ego. Porque no se comunica con el ego. No entiende de orgullo, de culpa o de miedo. Esta vez, me respondió con una notificación “cuenta eliminada”.

¿Crees en las “casualidades”? Yo no. Esa palabra, sí por mi fuera, la eliminaría del vocabulario, al igual que eliminaría tantas otras como: miedo, culpa, preocupación… Palabras que no aportan claridad ni transformación, solo enturbian el alma. Yo creo en las causalidades. Todo tiene una causa, todo ocurre por algo. Y todo, en su momento, se entiende.

Muchas veces etiquetamos como “tóxicos” ciertos comportamientos, sin intentar comprender la estructura emocional que hay detrás. El narcisismo, como la ansiedad, no es una enfermedad. Son mensajes del alma, del inconsciente. Son expresiones de algo no reconocido, no procesado, no abrazado. La solución no pasa por rechazarlo, sino en comprender el patrón desde la conciencia.

Cuando una persona desbloquea y bloquea repetidamente, no está siendo cruel gratuitamente. Está intentando –a su modo- ejercer control sobre una emoción que lo desborda. No es amor, es apego ansioso-ambivalente: necesidad de conexión y miedo a ser vulnerable. Estas acciones no dañan realmente al otro, solo dañan a quien las realiza, manteniéndose atrapado a una historia que no existe. No son gestos espontáneos, son mecanismos de defensa enraizados a la estructura del Yo. No busca encuentro, busca seguridad. No busca al otro, busca el alivio momentáneo del vacío. Y ahí es donde comienza la compulsión a desbloquear y bloquear: una forma simbólica de mantener el control, de no soltar del todo y de seguir proyectando la herida en el otro.

El narcisista sostiene una estructura egocentrada. Vive en el reflejo que los demás le devuelven. No logra verse si no es a través de los ojos del otro. Y cuando no tiene ese espejo, se desestructura. Busca reemplazos inmediatos olvidando que “el clavo que saca a otro clavo, durante un tiempo, vive en hueco ajeno”. Y eso es evasión, mecanismo de defensa regresivo que evita transitar el duelo.

Pero también tienen una necesidad constante de exposición, que lo conduce a la pérdida del control de lo privado, donde incluso lo más íntimo termina circulando sin filtro. Porque esa estructura egocentrada les impide ver que lo que han hecho con otros en su presencia ¿qué te hace pensar que no lo hacen contigo? Mientras tanto, los pantallazos circulan sin control.

Al final, el gesto repetido de desbloquear y bloquear no es más que una ira no verbalizada, una emoción reprimida que no encuentra cauce saludable. Porque sí, la ira es el disfraz de la tristeza. Y aunque no puedo saber que sentimientos genera en ti estas acciones, de lo que sí estoy seguro que es un sentimiento negativo.

Me cuesta mucho entender cómo alguien que me introdujo en el mundo de la Bioneuroemoción – me enseñaste que toda emoción negada se convierte en síntoma – pueda sostener estos comportamientos. No lo juzgo, no me duele. Porque estas emociones mal gestionadas solo le duelen a quien las carga. Consumen la salud, la coherencia interior y la paz. Y sé, que esta última no se encuentra con movimientos reactivos, sino con introspección y conciencia.

Precisamente tú fuiste quien un día me habló de la película Matrix, me dijiste que esa película “descodificaba”. Quizás no supiste lo importante que fue eso para mí. En ese momento no lo entendí, es más, no la vimos juntos. Pero al tiempo la vi y todo cobró sentido. En el minuto 53 de la película Morfeo le dice a Neo una frase que lo cambió todo:

“Estoy tratando de liberar tu mente, Neo. Pero solo puedo mostrarte la puerta. Eres tú quien tiene que atravesarla.”

Efectivamente, Matrix descodifica la realidad. Y tú eras mi Morfeo. Me ayudaste a liberar mi mente y me acompañaste hasta el umbral de la puerta. Cruzarla, eso solo podía hacerlo yo solo.

Quizás te sorprenda lo que ves - aunque sea de forma virtual - o quizás no, no lo se. Pero el que ves no es el que conociste. El que ves ahora mismo es el que solo tú creíste que podía ser. Porque tu viste algo en mí que yo no lograba ver. No solo quién era, sino también quién podía llegar a ser.

Y si hoy soy quien soy, en parte, es gracias a ti.

Siempre te escuché más de lo que creías. Me llevé más enseñanzas de lo que esperaba. Me fui con otra conciencia de la vida, del alma, de la naturaleza. Me enseñaste a ver la magia sin filtros, a encontrar lo sagrado en lo cotidiano: un atardecer, un amanecer, el sonido de un río, el susurro de los arboles chocando con el viento. Me enseñaste la belleza de la naturaleza: a apreciar desde el insecto más pequeño hasta el árbol más grande porque ambos están hechos de la misma sabiduría universal. Porque, como bien me decías, “la naturaleza no necesita trucos para hacer magia”.

Algunos pensarán que esto me hace débil, que me hace vulnerable. Pero no. Porque cuando uno cura y abraza sus heridas, éstas cicatrizan y dejan de doler. Y las cicatrices se convierten en fortaleza. Son la señal de que dolió, pero también de que sobreviví.

Duende del Sur

 

 


 

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