NO ERA AMOR, ERA ALQUIMIA
Carl Jung un psiquiatra suizo
que, más que un teórico, fue un cartógrafo del alma humana. Uno de mis
favoritos, sin duda. Ya publiqué un post sobre él titulado “Ilumina tu sombra”, pero hay una parte de su legado que merece más
espacio: esas conexiones humanas que lo transforman todo… aunque no estén
destinadas a quedarse.
¿Alguna vez te has preguntado por
qué llega a tu vida una persona que lo transforma todo, pero que, por alguna
razón, no está destinada a quedarse?
¿Por qué el universo —con toda su
misteriosa sabiduría— te permite sentir una conexión tan profunda, tan real,
tan imposible de ignorar con alguien que jamás podrá ser tuyo?
Esta pregunta ha atormentado a
millones de almas a lo largo de los siglos. Y Jung, con su mirada penetrante
hacia los rincones del alma, dejó pistas que hoy nos permiten entender un poco
mejor este tipo de encuentros.
No todas las personas que llegan
a tu vida están destinadas a quedarse. Algunas llegan solo para despertarte.
Para mostrarte algo de ti que habías enterrado. Porque el universo no responde
a tus deseos, sino a tus necesidades más profundas, esas que ni siquiera
reconoces conscientemente.
Jung decía que el encuentro entre dos personas es como el
contacto de dos sustancias químicas: si hay una reacción, ambas se transforman.
Y a veces esa transformación es tan intensa, tan reveladora, que sacude por
completo tu estructura interna. Pero el propósito no es la permanencia. El
propósito es la evolución.
Esa persona que aparece como un
torbellino y te hace sentir cosas que nunca habías sentido, que te muestra
partes de ti que ni tú conocías, no llega por azar. Llega con una misión:
ayudarte a romper tus cadenas, tus miedos, tus falsas creencias. Toca tu alma,
no para quedarse en ella, sino para encender una luz que habías apagado hace
tiempo.
A veces el universo te envía a tu
espejo. Esa persona que refleja tus heridas no sanadas, tus patrones
inconscientes, tu necesidad de ser visto, valorado, amado. Y cuando ves en sus
ojos todo lo que siempre anhelaste, la ilusión se convierte en una trampa. Porque
no es amor lo que experimentas: es un llamado a despertar.
Estas conexiones intensas suelen
llegar en momentos de transición. Cuando estás a punto de dejar atrás una
versión de ti, pero aún no lo sabes. Cuando tu alma clama por un cambio, pero
tu ego se aferra a lo conocido.
Entonces el universo interviene. Te
pone frente a alguien imposible. Y en esa imposibilidad se esconde el verdadero
regalo: el aprendizaje.
Jung hablaba del proceso de
individuación: el viaje hacia convertirte en quien realmente eres. Y pocas
cosas impulsan tanto ese viaje como el dolor de una conexión que no puede ser.
Porque en esa ausencia te ves
obligado a mirar hacia adentro. A preguntarte por qué dolió tanto. Por qué
esperabas tanto. Por qué dependías tanto. Y ahí comienza el trabajo real. No
con la otra persona, sino contigo.
Porque lo que realmente te
enamoró no fue él. Fue la parte de ti que despertó gracias a su presencia. Esa
parte olvidada. Reprimida. Esa emoción viva que pensabas que no merecías
sentir.
Quizá por eso, las personas que
más nos marcan no son las que se quedan, sino las que se van. Las que llegan,
lo sacuden todo y desaparecen como si el universo las hubiese traído solo por
un instante.
Pero qué instante. Qué eternidad
encapsulada, miradas, palabras que aún
resuenan como eco en tu pecho.
No fue un error. No fue una
crueldad del destino.
Fue una llamada. Un empujón. Una
lección disfrazada de amor.
Porque en la imposibilidad
descubriste tu necesidad. Y al ver tu necesidad, comenzó tu sanación.
Muchos creen que el universo es
injusto por unir a dos personas que no pueden estar juntas. Pero esa unión no
era para vivirse eternamente. Era para revelarte algo. Para quebrar tus muros. Para
encender tu fuego.
Para que nunca más vuelvas a conformarte
con menos de lo que mereces.
Ese es el verdadero propósito: Que
después de esa experiencia no vuelvas a ser el mismo. Que te vuelvas más
consciente. Más fuerte. Más tú.
Porque el universo no te quiere
cómodo. Te quiere libre.
Y para ser libre, primero tienes
que romperte. Romperte por dentro. Ver tu dependencia emocional, tu miedo al
abandono, tu necesidad de aprobación.
Y cuando esa persona se va, no te
queda más remedio que enfrentarte a ti mismo.
El verdadero duelo no es por la
pérdida del otro. Es por la pérdida de la ilusión que habías creado en torno a
él. Y es ahí donde comienza la alquimia. Donde el dolor se convierte en
conocimiento. El vacío, en espacio sagrado. Y el amor no correspondido, en amor
propio.
No fue en vano. Fue el principio
de todo.
Duende del Sur