EGO VS. AMOR


Perder la cabeza por amor es un acto que lleva consigo una complejidad que a menudo se pasa por alto. No siempre es un sacrificio heroico o una entrega pura; a veces, es una historia de cómo el amor se convierte en un espejo que nos obliga a enfrentar nuestras sombras más oscuras. Lo que creemos que es pasión desbordante puede, en realidad, ser un campo de batalla donde nuestros miedos, inseguridades y deseos de control se desatan sin tregua.

El amor, en su esencia, tiene la capacidad de desnudar nuestra alma, revelando las partes de nosotros que preferiríamos mantener ocultas. No es tanto que el otro sea la causa de nuestra locura, sino que su presencia expone las fracturas que ya estaban ahí, latentes. Esa belleza, esa intensidad que vemos en la otra persona, no es más que un reflejo de lo que anhelamos, pero también de lo que tememos. Y en esa tensión entre deseo y miedo, la mente comienza a tambalearse.

A menudo, confundimos el acto de amar con la ilusión de poseer, como si la intensidad de nuestros sentimientos nos diera derecho sobre la otra persona. Lo que en un principio parece ser una entrega total al amor se convierte en algo mucho más oscuro cuando el ego entra en juego. Esa voz interior que anhela poseer, controlar, dominar, distorsiona el amor en algo que ya no es genuino. En lugar de buscar una conexión auténtica, buscamos validación, un remedio para nuestras propias carencias. Y es en ese proceso de tratar de llenar nuestros vacíos con el otro, es donde comenzamos a perder el equilibrio.

Nos encontramos entonces en una encrucijada. Porque la otra persona, con su sola presencia, actúa como un catalizador que expone todas nuestras debilidades. No es que el amor en sí mismo nos lleve a la locura, sino que nos enfrenta a nuestras propias inseguridades y miedos, esas verdades internas que preferiríamos no ver. Y en lugar de afrontar esos miedos con valentía, optamos por la vía de la obsesión, intentando desesperadamente controlar lo incontrolable.

Es en esa lucha donde la locura se convierte en una suerte de refugio, una forma de escapar de la realidad de lo que verdaderamente somos. El amor, que debería ser liberador, se transforma en una trampa tejida por el ego y el orgullo, una jaula en la que nos encerramos voluntariamente. Nos entregamos al otro con la esperanza de que esa entrega nos hará sentir completos, pero lo que en realidad estamos buscando es alivio para nuestras heridas, consuelo para nuestras inseguridades. Y en ese encierro, la cabeza se pierde, pero no como un sacrificio de amor puro, sino como el precio que pagamos por haber dejado que el ego y el miedo guiaran nuestro corazón.

Al final, la locura no es una muestra de amor desmesurado, sino el resultado de haber confundido amor con poder, compañía con dependencia. Perder la cabeza por amor no es la historia romántica que a veces nos contamos, sino una advertencia: cuando no somos capaces de amar con autenticidad y humildad, lo que se pierde no es solo la razón, sino también la oportunidad de experimentar un amor que realmente nos libere.

Este amor, en su tormentosa complejidad, fue el que me mostró la puerta que tenía que atravesar solo. En esa encrucijada, me di cuenta de que el verdadero viaje no era hacia la otra persona, sino hacia mí mismo. Atravesar esa puerta significaba enfrentar mis sombras sin el refugio que el amor, o lo que creía que era amor, me ofrecía. Y aunque perder la cabeza fue parte del proceso, también fue el catalizador necesario para encontrar la claridad que solo se revela cuando uno está dispuesto a caminar solo, sin la ilusión de que otro puede completar lo que, en realidad, solo uno mismo puede sanar.

Así, en la paradoja de perder la cabeza por amor, descubrí que, a veces, lo que parece una pérdida es en realidad una ganancia. Gané la capacidad de ver con claridad lo que el amor realmente es, más allá de los espejismos que mi propio ego había creado. Y ese camino me llevó hacia mi interior y fue en esa conexión con mi verdadera esencia, donde encontré la paz que el amor mal entendido nunca pudo ofrecerme.

Duende del Sur

 




 

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