UNA HORA MÁS


Aquella noche, todo parecía teñido de una falsa eternidad. Nos abrazaba la ilusión de tener una hora más, como si el universo nos regalara ese respiro a través del cambio de horario. Recuerdo que lo comentamos entre risas, como quien se apropia de un pequeño milagro cotidiano, sin saber que esa hora extra no era más que una tregua efímera. Nadie nos advirtió que sería la última vez que compartiríamos el mismo espacio, el mismo aire. Ninguno de los dos imaginaba que, al amanecer, nuestros caminos tomarían direcciones opuestas, como si el reloj hubiera decidido detenerse solo para marcarnos una despedida silenciosa.

Esa noche fue diferente, aunque no lo supiéramos. Cada gesto, cada palabra flotaba en el aire con un peso que solo entendí después. El roce de nuestras manos, las miradas cómplices y las conversaciones que parecían inagotables, eran en realidad, pequeños ecos de un adiós que no sabíamos que estábamos pronunciando. Nos reímos como siempre, hablamos de lo habitual, de lo que haríamos, de lo que parecía estar al alcance de una rutina que no vería la luz del día siguiente.

Y mientras el mundo se ajustaba a la nueva hora, como si el tiempo nos concediera un regalo inesperado, no entendimos que ese mismo tiempo se deslizaba entre nosotros, robándonos algo que no recuperaríamos jamás. Recuerdo tu respiración tranquila mientras dormías, el modo en que la oscuridad nos envolvía como si estuviera de nuestro lado, protegiendo el pequeño universo que éramos en esa cama. Me aferré a la idea de que siempre habría más noches como esa, de que el reloj seguiría girando para nosotros, regalándonos más horas, más minutos, más momentos.

Pero no fue así. El amanecer llegó como siempre, pero algo había cambiado. El mundo parecía igual, pero nosotros ya no lo éramos. La distancia entre nuestros cuerpos al despertar fue la primera grieta, imperceptible, pero implacable. En el silencio de la mañana, algo se rompió sin que ni siquiera nos diéramos cuenta. No hubo despedidas dramáticas ni palabras de adiós, solo el peso de lo no dicho, de lo no sabido. Nos levantamos, caminamos hacia el día como si nada fuera a cambiar, sin darnos cuenta de que ya lo había hecho todo.

Esa última hora extra, esa hora que tanto celebramos, fue el preludio de un final que ninguno de los dos vio venir. Qué irónico que justo la noche en la que el reloj nos dio más tiempo fuera también la noche en la que se agotó todo lo que habíamos sido. Nos alejamos de la forma más silenciosa y sutil, como si esa hora adicional hubiera sido solo una mentira piadosa del destino, una última danza antes de que la música se apagara.

Hoy, cuando pienso en esa noche, lo hago con una mezcla de nostalgia y asombro. Cómo es posible que algo tan inmenso como un final pueda ocultarse bajo la apariencia de lo cotidiano, de lo que parece eterno. Pero esa es la naturaleza del tiempo: a veces te da una hora más, solo para robártelo todo al mismo tiempo. Y así, con esa hora que creíamos haber ganado, se nos fue la última noche, y con ella, lo que fuimos.

Duende del Sur


 

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